Alimentación Sostenible

Nutricionalmente, la coliflor es una hortaliza excelente y, en temporada, económica. Es baja en hidratos de carbono, proteínas y grasas, y, como la mayoría de verduras, tiene un alto contenido en agua (90 %) y en vitaminas (principalmente vitamina C y vitamina B).

Comerla ayuda a prevenir la aparición de ciertos tipos de cáncer, a controlar y mantener las defensas del sistema digestivo y a prevenir la aparición de enfermedades relacionadas con el sistema digestivo.

En primer lugar, tiene que escogerse una coliflor joven. Si tiene manchas, la flor está separada y está blanda, significa que es una coliflor vieja. En la cocina podemos utilizar infinidad de técnicas (cremas, al horno, como si fuera un arroz, etcétera), pero hay que tener en cuenta que muchas de sus propiedades nutritivas se pierden en cocciones largas en agua.

Cuando la coliflor está bien fresca y crujiente, podemos añadir sus pequeñas florecillas a las ensaladas y, si todavía deshacemos más las flores, podemos utilizarlas como si fueran cuscús añadiéndoles verduras varias. Al vapor o gratinada con una buena bechamel y queso, acepta muchos formatos y combinaciones (con otras verduras, pan duro, hierbas frescas/silvestres, etcétera) y, si no, cuando ya ha perdido su frescura o solo le quedan los troncos, puede aprovecharse para hacer distintas sopas: con piel de patata, cebolla, ajo, tomillo, caldo y crema de leche o bien una más sofisticada con rama de apio, chalota y piel de limón.

El troncho también puede comerse crudo. Lo repelamos y podemos añadírselo a una ensalada, hacer bastoncillos o cortarlo muy fino para hacer un carpaccio. Las hojas más tiernas de la coliflor pueden añadir a la cocción y comerlas junto con el resto.