"Necesitamos una revolución mental no solo para cambiar nuestros hábitos de alimentación individuales, sino para cambiar la realidad social que nos rodea"

Entrevista con el doctor Joan Benach, director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud - EmploymentConditions Network (GREDS-EMCONET), sobre salud pública y el impacto de la pandemia en los grupos de población más vulnerables

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19/04/2021 - 09:22 h - Sanidad y salud Sara Borrella

Joan Benach es investigador y doctor en salud pública en la Universidad PompeuFabra y director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud – EmploymentConditions Network. Analizamos con él los factores estructurales que existen entre pobreza y salud y la pandemia del coronavirus como un grave problema de salud pública que afecta de manera desigual a todo el mundo.

En uno de sus artículos, afirma: «La salud no la elige quien quiere, sino quien puede». ¿Existe una relación directa entre pobreza y salud?

La pobreza está relacionada con la salud. Cuando decimos pobreza nos podemos referir a muchas cosas. Podemos hablar de una privación material, por ejemplo, no tener trabajo, vivienda, entorno social, etc., pero no solo es la pobreza la que está relacionada con la salud. Las desigualdades sociales están asociadas con la pobreza.

Hoy en día disponemos de una evidencia enormemente abrumadora de que cuanto peor es la situación social, peor es la salud, aunque a veces eso no sea tan evidente. Es cierto que la gente más acomodada está en una mejor situación por lo que se refiere casi a todos los indicadores de salud y factores de riesgo y que, cuanto peor es la situación social de una persona, su salud también decrece. No obstante, la clase media tiene mucho que ganar con relación a su salud y los factores de riesgo que inciden en ella.

Pongamos algún ejemplo concreto. ¿Cómo se manifiesta la desigualdad en el estado de salud?

La desigualdad social está directamente relacionada con todo tipo de problemas de salud. No es lo mismo morirte de mayor a los 80 años que tener una muerte por cáncer, infarto de miocardio, diabetes o tantas causas asociadas a la situación social. La mayor parte de la gente pone el acento final en el problema.

La salud pública depende de todo un conjunto de factores sociales, económicos, políticos, etc., que se traducen en una serie de problemas de salud diferentes que cambian en el tiempo. Me refiero a factores de riesgo, por ejemplo, el tabaquismo. Al principio fumaban más las clases sociales más ricas hasta que se supo que era perjudicial para la salud.

Actualmente consumen más las personas de clase baja. También pasa con la obesidad. Los factores cambian según el contexto social, y la agroindustria sabe cómo aprovechar esos contextos.

¿Hay patologías más frecuentes en personas con menos recursos económicos? Si es así, ¿cuáles son?

De todo tipo. Casi todas tienen que ver con ese patrón. Por ejemplo, una persona en paro duerme peor, tiene una probabilidad más alta de consumir alcohol, puede tener más problemas de salud mental y podría llegar a convertirse en una persona sin techo. Del mismo modo, una persona precarizada tiene un sueldo muy bajo, problemas de alimentación, para pagar la vivienda, quizá también familiares, y un largo etcétera.

Las personas con peores condiciones sociales tienen una mortalidad prematura. Eso en los países más empobrecidos es muy evidente. Hay unas diferencias abrumadoras de 30 o 40 años de esperanza de vida. No obstante, eso también pasa en nuestros barrios entre los distintos grupos sociales.

¿Qué papel tiene la alimentación en ese vínculo? ¿Podemos determinar que cuanta máspobreza, peor alimentación y, por lo tanto, más problemas de salud?

Sí, siempre tiende a ser así. La alimentación es fundamental para cualquier ser humano. En todo el mundo, entre 800 y 900 millones de personas pasan hambre o no se alimentan lo suficiente. Al mismo tiempo, entre 1.200 y 1.400 millones de personas tienen obesidad o sobrepeso. Esta situación puede parecer paradójica, pero no lo es. Cualquiera de esos dos extremos lleva a problemas de salud muy serios.

Las personas que no se alimentan lo suficiente tienen una falta de calorías y vitaminas, y las que tienen obesidad tienen más tendencia a ser diabéticos o tener infartos. Este fenómeno se ha desarrollado en unas pocas décadas. Podría decirse que las causas son genéticas, pero es cuestionable que se haya cambiado un patrón general en tan pocos años. En los países ricos las personas más obesas son las más pobres. En los países pobres ha sido a la inversa. Eso ha cambiado.

Las causas no son sencillas. Nuestros entornos y nuestros contextos sociales nos condicionan. Una de las causas importantes son los alimentos que comemos. Saber quién controla la producción de alimentos es clave para entender cómo se ha producido esta pandemia de obesidad en el mundo que hace que millones de personas al año mueran de enfermedades relacionadas.

Hace unos años, antes de la Covid-19, usted hablaba de una «pandemia de obesidad». ¿Normalizamos y aceptamos algunas enfermedades por encima de otras?

Sí, tanto las enfermedades que conocemos como sus causas. La sensibilidad que tiene la población con respecto a estas está muy relacionada con el hecho de que los medios de comunicación hablen de ellas o no, como en su momento pasó con el VIH o el cáncer. El punto clave es entender lo que dicen los estudios serios e intentar hacer una buena divulgación de los problemas de salud, que es un tema que interesa casi a todo el mundo. La salud propia es un tema muy importante.

También interesan mucho las causas detrás de nuestro estado de salud. La metáfora que utilizan muchos medios de comunicación del tipo «Está en tu ADN» es bastante desafortunada, francamente. Las causas de muchos problemas de salud son variadas y muy pocos problemas de salud son puramente genéticos. En la inmensa mayoría a veces se da una interrelación entre lo que es social, psicológico, personal, biológico y político.

Se estima que en los próximos años la obesidad aumentará un 60 % en el mundo. Eso quiere decir que tenemos que entender las causas estructurales que hay detrás de este fenómeno. Cuando dichas causas no son biológicas o genéticas, fundamentalmente se trata de problemas ligados a la nutrición o la malnutrición, el hambre, la obesidad, el sobrepeso, etc. Pero el problema nunca son las causas personales. Es decir, si yo tengo un amigo que tiene sobrepeso, naturalmente me interesa saber sus circunstancias personales, pero ante una pandemia no se puede decir que el problema es personal. En un periodo de 40 o 50 años la obesidad en el mundo se ha triplicado, y eso quiere decir que no podemos atribuirlo a una cuestión individual.

A menudo se invita a la población a mejorar, de forma individual, sus hábitos de alimentación y salud: come ecológico, haz deporte, etcétera. ¿Olvidamos con esos mensajes los factores estructurales como la precariedad laboral o la falta de una vivienda digna?

Por supuesto, porque eso que llamamos «salud pública» son los factores que determinan nuestra salud en el ámbito social, no solo personal. Salud pública es hablar de cómo vivimos, cómo trabajamos, cómo producimos, cómo consumimos, las oportunidades que tenemos, etc. No es casualidad que las personas de clases más bajas consuman menos fruta y vegetales. Se podría decir que una de las causas responde a un tema cultural, pero detrás de eso hay otros factores. Lo mismo pasa con la alimentación ecológica. La gente sabe que hay productos ecológicos que pueden ser más sanos que otros y, por lo tanto, tiende a consumirlos. Nos tenemos que preguntar qué factores políticos y socioeconómicos hay detrás de esas decisiones que hacen que una persona consuma o no ecológico.

Cuando uno va a un supermercado casi todo lo que compra pertenece a grandes multinacionales, grandes corporaciones económicas y oligopolios. Aunque pensamos que consumimos muchas marcas diferentes, en realidad son pocas empresas las que están compitiendo por un mercado mundial donde hay un interés brutal por controlar todo lo que tiene que ver con la alimentación. Estas empresas y su modelo agroindustrial capitalista son, como dice Chomsky, tiránicos. Es un modelo extractivo, mercantil e injusto, porque no ofrece a toda la población la posibilidad de alimentarse bien. Además, en conexión con todo esto, se añaden los residuos de productos químicos de los propios alimentos. Necesitamos un cambio de paradigma, porque estas industrias están produciendo un tercio de los gases de efecto invernadero.

¿Así, pues, cómo podemos mejorar la salud colectiva? ¿Cómo tendrían que ser las políticas públicas de alimentación si se tuvieran en cuenta estas desigualdades?

Cuando digo que no depende tanto de una causa individual, no digo que no sea necesario un cambio cultural. Dentro de ese cambio cultural, sin embargo, hay que entender también que hay cambios políticos y económicos que forman parte de él. Necesitamos una revolución mental, pero no solo para cambiar nuestros hábitos, sino la realidad social.

Una cosa que se tiene que hacer es controlar esas grandes empresas. Es necesario que no tengan el poder que tienen. Imagínate el poder que tienen con el tema de las tasas a las bebidas azucaradas. Hacen lo imposible por evitarlas. Por otra parte, desarrollar sistemas de industria agroalimentaria propia, local, de proximidad y ecológica y cooperativas donde recuperemos todas las tradiciones agroalimentarias que se han perdido, precisamente porque ahora venden productos de lugares muy lejanos.

BarcelonaCapital Mundial de la Alimentación Sostenible 2021 ¿Qué se puede hacer en particular desde las ciudades?

Las ciudades son muy importantes porque consumen mucha energía y muchos productos del mundo rural se tienen que traer al urbano. Necesitamos ciudades menos complejas, más diversificadas, más eficientes, más equitativas. Una cosa que tenemos que hacer es dar ejemplo. Barcelona puede ser un referente internacional en ese sentido. Tenemos que enseñar que hay alternativas y lo tenemos que hacer cuanto antes.

Necesitamos ejemplos reales, porque en política lo que hace falta es que la gente se dé cuenta de que se pueden cambiar las cosas. Si la gente ve que hay otra manera de producir, de consumir alimentos más saludables de forma más justa, serán conscientes de que necesitamos ese cambio. Para hacer eso habría que detener los lobbies y los intereses que se oponen a que las cosas cambien. Se trata de un cambio imprescindible porque la situación es insostenible.